Friday, March 29

El último guerrillero antifranquista: “Ni el emérito ni su sucesor pedirán judicializar el franquismo. Son producto de la dictadura”


Francisco Martínez Quico (Cabañas Raras, León, 1925) era un niño cuando estalló la Guerra Civil. Reconoce que haber nacido en una familia con un padre muy activo en el socialismo ponferradino y una madre con profunda conciencia republicana lo ha marcado de una forma indeleble. En el verano de 1936, con apenas once años, se convierte en enlace de la guerrilla y pasa su juventud tratando de ayudar a los perseguidos por el Franquismo y divulgando los fundamentos democráticos de la República. Poco después de alcanzar la mayoría de edad, lo descubren y se ve obligado a unirse, de lleno, en la resistencia armada de la Federación de Guerrillas León-Galicia.

A sus 97 años, Quico sigue recorriendo el Estado español. Ahora lo hace para presentar un libro autobiográfico sobre su lucha antifranquista, Caminos de resistencia. Unas horas antes de hacer la última presentación de su gira gallega en la Libraría Cartabón, atiende a elDiario.es en el balcón del Auditorio Mar de Vigo, frente a la ría. Insiste en que hace todo este esfuerzo porque quiere satisfacer lo que ya es casi una obsesión para él: “Contribuir a dignificar la memoria hasta que no pueda más”.

Usted ve con sus propios ojos los primeros asesinatos del golpe de Estado siendo muy joven. ¿Qué recuerda de aquello?

Los recuerdos son terribles en aquel período. Pero hubo un tiempo anterior al 1936 en el que fui alumno de una escuela laica y que me marcó previamente. Era la primera de la zona con una pedagogía republicana. En aquel momento, no te das cuenta, pero cuando pasa el tiempo, eres consciente de las bondades de aquel método. La lección que no aplicas entonces porque eres un niño, la aplicas luego cuando eres mayor.

¿Cuáles son las lecciones que todavía le sirven?

El acercamiento a la camaradería con los demás compañeros, por ejemplo. Ejercicios que favorecían la amistad entre los alumnos. Una serie de factores que preparaban a los niños para ser mayores en un orden de fraternidad y apoyo mutuo. De construcción democrática, podría decirse. Y no favorecía la pasividad del individuo ante los fenómenos de la vida.

Pero las lecciones también las aprendía en casa.

Por supuesto. El hecho de haber nacido en un hogar comprometido con la República por supuesto que te marca. Mi madre ahí también fue un referente. Fue una mujer que se desprendió de los viejos tópicos en los que su papel había de limitarse a las tareas del hogar. Sin duda, mi madre fue una de esas mujeres que aprovechó las condiciones que brindó la República para emanciparse, liberarse y participar de la vida pública. De hecho, en octubre de 1934, nuestra región minera también se levantó en las protestas de León-Asturias y ella sirvió como enlace. Y en el 1936, al estallar el Golpe de Estado, acogió gente perseguida en casa. Le tengo una admiración tremenda.

Hay un hecho que le marca siendo muy joven y es la desaparición de su maestro republicano.

Todavía hoy sigo reflexionando sobre aquel método de pedagogía que nos aplicaba. Desgraciadamente, la pedagogía más moderna, aunque sea laica, tiene carencias que entonces creo que no había. Es cierto que la sociedad ha cambiado y existen nuevos métodos de alienación. Es ahí donde veo que falta espíritu crítico.

¿Cómo le explicaría a un niño de la misma edad con la que usted la vivió la Guerra Civil?

Les diría que la sociedad cambia quieran o no quieran. Es la ley del movimiento. Las cosas mañana no serán igual que hoy y debemos guiar nuestro futuro con un proyecto de vida. Les diría que toda esa etapa tan horrible que viví despertó en mí el interés de participar como ciudadano, aunque fuese un niño.

Parece una distopía imaginarse hoy a un niño de once años participando de la vida política.

Verás, la vida política entonces era estar en contra de aquella barbarie. El miedo y el odio contra aquellas actitudes. Ver los muertos por las calles. Ver personas asesinadas que habían sido gente pacífica. No hace falta ser muy mayor para comprenderlo si lo ves con tus ojos. Pero lo importante es cómo orientas todo ese rechazo hacia una actividad que reconforte y mejore a la sociedad.

En su zona, el golpe de Estado triunfa velozmente. ¿Triunfó así de rápido entre las conciencias de sus vecinos?

Por supuesto que no y te diré por qué. En cuanto triunfa el golpe, hay una serie de personas destacadas y significadas políticamente que huyen. Esos huidos pasan a estar protegidos por una sociedad que apreciaba su valentía política y que estaba en su misma sintonía republicana. Las familias y los amigos, entonces, buscaron la manera de apoyarlos. Mi padre era uno de ellos. Mi casa se puso al servicio de los huidos desde el primer momento, pero como muchísimas casas por todos los pueblos de la zona. Eso genera algo muy importante para lo que después sería la guerrilla, que es una red de apoyo popular para protegerlos del terror. Ahí todavía eran huidos, gente que no combatía.

¿A qué se refiere con esa distinción?

Cuando durante la Guerra Civil cae Asturias, a la zona empiezan a llegar combatientes republicanos que sí tienen formación y experiencia militar. Ahí es cuando empieza a organizarse la resistencia armada. Ahí empieza a estructurarse el movimiento guerrillero. Y, de hecho, la Federación de Guerrillas de León-Galicia es la primera organización de resistencia armada del Estado. Comienza a crearse una estrategia.

¿Cuáles fueron esas primeras líneas estratégicas?

Pues se crean los grupos de guerrilla armada y los servicios de información republicana, que organizaban en cada pueblo toda una red de casas de forma secreta que apoyaban a los clandestinos.

He leído que hace hincapié en definirla como un movimiento frente-populista y no como una guerrilla instrumentalizada por el PCE.

Es que así lo era. Había socialistas, anarquistas, comunistas… Es lo que era, un frente popular contra el franquismo.

¿Y usted qué papel jugaba?

Los servicios de información estaban compuestos, principalmente, por jóvenes y yo era uno de ellos. Lo fui durante toda mi juventud y no era una cuestión meramente formal. Había que hacer actividades. Había que hacer propaganda y distribuirla. Había que ampliar las relaciones sociales para que más casas apoyasen a los compañeros clandestinos. Era todo un movimiento.

Entonces, ¿cuándo pasa de ser enlace a la resistencia armada?

En una de esas actividades de propaganda me descubren y cuando me van a detener consigo huir.

Pasa a ser uno de esos clandestinos.

En la zona de León-Galicia nadie se unía a la guerrilla si no tenía motivo y es que, de hecho, tampoco se le acogía. Para que no te matasen o te aplicasen la Ley de Fugas. No podía entrar cualquiera sin motivo aparente. Aquellas condiciones eran terriblemente duras para estar allí sin esa motivación. Yo me puse en contacto con ellos al huir, me leyeron el reglamento y me dijeron: “Tú eres apto para unirte”. Y me uní.

¿Realmente tenía más opciones que unirse a la guerrilla?

Tenía dos opciones (se ríe). Correr el riesgo de morir luchando en la guerrilla o morir al ser atrapado por la Policía.



A usted le molesta especialmente que se hable del maquis como un conjunto de personas huidas en el monte. ¿Me lo puede explicar?

Es que es un concepto importado que no tiene nada que ver con la situación que nosotros vivíamos. El maquis, en Francia, es el grupo de resistencia que, efectivamente, se organiza en el monte, pero nosotros vivíamos entre la enorme red de casas que teníamos y nos apoyaba. Además, piénselo de esta forma. Si estás viviendo en el monte, ¿cuáles son tus contactos? ¿Cómo vas a cambiar las cosas? Es un concepto que importa el propio franquismo para tratar de restarle contenido político a la lucha de las guerrillas. Proyectaban la imagen de bandoleros que venían de fuera, de Francia. Para muchas mentalidades españolas, aquello se leía como una injerencia. Era una manera que ellos tenían de tratar de desvincular a la guerrilla del pueblo.

Hay una parte de la guerrilla y de la resistencia armada que está invisibilizada y es el papel que jugaron las mujeres. ¿Me puede hablar de ello?

Totalmente. No había tantas como hombres, pero sí que las había. Y, precisamente, no había tantas por la sociedad patriarcal en la que vivíamos y en la que todavía vivimos. Por ejemplo, en los mismos momentos de huir tras una denuncia o un combate, siempre escapaba el hombre. La mujer se quedaba cuidando de los niños. Y si las cogían, se iban a la cárcel, claro.

Pero las mujeres también hacían servicio de información. Llevaban correo, transportaban armas… También eran hábiles a la hora de extender, por sus simpatías, la organización de apoyo al movimiento guerrillero. Esa mujer es un componente de primer orden de la guerrilla. Pero, claro, como hay un silencio sobre las características de lo que ha sido este movimiento de resistencia, sobre las mujeres cae un doble menosprecio. Por ser mujeres y por ser guerrilleras. En la mentalidad de las fuerzas represivas en teoría tenían más acentuado el componente machista. Entonces, cuando capturaban a una mujer se ensañaban doblemente, más que hacia los hombres. No podían soportar que las mujeres se implicasen en cuestiones políticas.

En los años cincuenta, tras más de una década de resistencia, se empieza a diluir la posibilidad de que los países democráticos intervengan en el Estado español. ¿Sintió que se acababan las esperanzas de acabar con Franco?

La esperanza jamás. Pero es cierto que llega un momento en el que el concepto de los grandes bloques internacionales empieza a cambiar y a todo occidente le interesa el franquismo como defensor de los principios anticomunistas. Las ideas revolucionarias del Frente Popular no interesaban a la burguesía de fuera del Estado. Por eso ayudaron al golpe. Unos interviniendo, como Alemania e Italia, y otros boicoteando las fórmulas que teníamos de salir hacia adelante. La no intervención era, ni más ni menos, una colaboración con los fascistas. Y llegados los años cincuenta, pues esos intereses se alinean para hacer frente a la Unión Soviética y los países socialistas. Pagamos el pato los débiles.

Y, a pesar de todo, se mantuvo firme en sus ideas.

Siempre. Lo que he entendido con el tiempo es que los procesos históricos, por muy lentos que sean, siempre siguen avanzando. Siempre hay fórmulas para cambiar las cosas. Igual a ti no te toca disfrutarlos, pero es la base sobre la que se construye tu dignidad. Por muy utópico y lejano que lo veas, esa fuerza de no doblegarte siempre te ayuda a tener una moralidad y una ética con la que contribuir a la sociedad. Mantener esa esperanza es fundamental. Pero, ojo, esperanza en la acción

Y desde entonces, tras el exilio y con la llegada de la democracia, se ha convertido en un militante por la memoria antifascista. Quiero preguntarle, ¿puede haber justicia sin reparación? ¿Le parece suficiente la Ley de Memoria de Zapatero o la que va camino de aprobarse?

Absolutamente no. Dan esperanza a la gente, pero no solucionan el problema. La deuda histórica que existe con los represaliados no la solventa. Es cierto que en la Transición no hubo ruptura con la dictadura. Hubo que negociar el derecho a la libertad. Un país que ha empleado métodos genocidas contra el pueblo durante cuarenta años no puede quedar impune. Eso hay que judicializarlo. La negociación que se hizo entonces con supuestas fuerzas de izquierda supuso un sometimiento y un acto de debilidad ante los franquistas. Se negoció un pasaje que no alterase el proceso anterior. Ése es el error de base. Desde ahí todavía arrastramos esa estructura franquista hasta nuestros días.

Sobre eso, quiero contarle algo que nos sucedió preparando esta entrevista y que nos parece relevante sobre la herencia de la dictadura de la que habla. Teníamos apalabrado realizarla en la sede del Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia en Vigo y, a la hora de oficializar el permiso, en el último momento, la dirección nos lo negó porque su figura tiene “connotaciones políticas”. ¿Qué le parece?

Qué barbaridad. ¿Ve? Esa es la herencia de la mentalidad no democrática. Ponen a la misma altura el fascismo y el antifascismo. Un demócrata jamás debería razonar de esa manera.



Anécdotas al margen, quiero enseñarle una fotografía suya con otros compañeros en el año 1951. ¿Qué le viene a la cabeza?

Justo acabábamos de salir de la cárcel de la legión extranjera y esta foto fue hecha para un periódico francés que se llamaba La Liberté. Una periodista que trabajaba para los servicios a refugiados de la ONU nos acogió en su casa durante ocho días como fugitivos hasta que se nos reconoció esa condición.

Estamos llegando al final, pero antes quiero hablarle de actualidad. Hace apenas una semana, la ultraderecha ganó las elecciones en Italia. Vox es la tercera fuerza en el parlamento español con 52 diputados. ¿Qué siente al ver expresados con impunidad esos relatos neofascistas en todas las televisiones?

Creo que por muchos artificios que utilicen, no tienen conciencia de lo que significa una sociedad libre y democrática. Pero las fuerzas democráticas a veces tampoco tienen claro cuáles deben ser las pautas para ir transformando y asegurando los verdaderos focos de libertad y de democracia. El fascismo está al acecho y sigue creciendo. El desarrollo del sistema capitalista acrecienta la explotación de las personas, ahora con métodos más modernos.

¿Tiene arreglo esta situación?

Hace falta respuesta. Organización del pueblo dando conciencia. Deben resurgir las asociaciones populares. No todo el mundo tiene convicciones socialistas o comunistas, pero tenemos que ser capaces de transmitirle al pueblo los problemas derivados de su condición de clase. Necesitamos poner el foco en cuestiones concretas, no hace falta filosofía. La organización tiene que ser un instrumento de transmisión cultural de clase a la sociedad. El PCE y el PSOE hace tiempo que renunciaron a eso. Si eso no se hace, en la confusión ganará la derecha. ¿Cómo un obrero puede votar a VOX o a Le Pen? ¿Cómo se explica sino así? Debemos, además, sentirnos responsables por no tener el instrumento para ilustrar a la persona de que su interés como ciudadano no es ese. Su interés es el del colectivo, el de la sociedad. Tiene que identificarse con eso, sea más o menos activista.

Entiendo que es crítico con la labor de los partidos de izquierda.

Si todos los partidos hacen campañas electorales basadas en emociones, mal vamos. Acaba la campaña electoral y después ¿qué? Entran en el sistema y se acabó, a seguir la senda del neoliberalismo.

En ese sentido, ¿no está preocupado por la transmisión de la memoria a las generaciones más jóvenes?

Realmente no les interesa.

¿No les interesa o no la conocen?

Claro. No la conocen porque les falta el instrumento para acceder a ella. Las organizaciones tienen que acercarse al pueblo para transmitirles ideas y también memoria. Si renuncian a esa parte, corremos ese riesgo de desvincular al pueblo de su historia. Eso es lo realmente peligroso. En el Parlamento puede haber buenas propuestas, pero si no tienen el soporte de la sociedad, no llegan a nada. Cuando hay una organización popular y las propuestas en vez de nacer de arriba, se crean desde abajo, tienen otro contenido y otra potencialidad. En el tema de la memoria democrática, ha sido el movimiento asociativo organizado el que ha esbozado el marco de pensamiento y no un parlamentario. Los movimientos sociales tienen que mover y forzar a la política a cambiar su agenda. Así lo hicimos nosotros desde el exilio hasta hoy.



Le hago la última, ¿qué nos pasa como sociedad para no querer reivindicar oficialmente como patrimonio inmaterial los movimientos de resistencia antifranquista como en el que usted participó?

Pasa que quien ha hegemonizado la transmisión histórica desde la Guerra Civil ha sido la visión franquista. Si no se es categórico exigiendo una nueva versión de la historia, seguiremos teniendo un gran problema como sociedad. Los que se desarrollan en la vida tienen que saber de dónde vienen. Conocer su pasado. Debemos darles hábitos para construir su futuro en la etapa que les corresponde. Pero, claro, si no se les transmite la experiencia que esta sociedad tuvo en etapas anteriores, les estamos coartando la capacidad de transformar la vida. Obviamente, no podemos esperar que sea el emérito o su sucesor quien pida judicializar el franquismo. Ellos son producto de la dictadura. El cambio tiene que venir desde abajo. Por eso hago lo que hago ahora, para contribuir a dignificar la memoria. Lo haré hasta que no pueda más.



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