Thursday, March 28

La socorrista asturiana que pasó de ser investigada por “tráfico de migrantes” a testificar contra un Salvini en el banquillo


Ha rescatado miles de vidas en el Mediterráneo, se ha enfrentado a las amenazas de agentes libios bajo disparos al aire y a las difamaciones de autoridades europeas por su labor en las distintas ONG de salvamento de migrantes en las que ha trabajado. Ha sido acusada de formar parte de una red criminal de facilitación de la inmigración irregular en un caso ya archivado. Ha mirado a los ojos a Matteo Salvini, el exministro del Interior italiano que intentó impedir una y otra vez los desembarcos de las personas que salvaba en el mar, durante el procedimiento que le ha sentado en el banquillo por su política de puertos cerrados. Ha sido testigo del dolor y la muerte de la frontera europea.

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Ha sentido demasiadas veces que, a pesar de tantas vidas salvadas, su labor parecía no servir de nada ante los constantes golpes institucionales. Y ahora, Anabel Montes, jefa de rescates de Médicos Sin Fronteras, ha decidido parar. La socorrista asturiana, quien también fue jefa de misión de la ONG Open Arms durante años, se convirtió en uno de los símbolos españoles del rescate de vidas en riesgo en el Mediterráneo. Abandona las labores de rescate para cuidarse, después de casi una década de trabajo humanitario.

Sus recuerdos y reflexiones sobre sus años en barcos de ONG dibujan una retrospectiva de las trabas con las que las autoridades europeas han tratado de evitar el rescate de vidas en peligro con el objetivo de frenar la inmigración. Montes ha presenciado cada estrategia, cada sutil artimaña para disminuir el número de buques humanitarios dispuestos a salvar vidas en el mar. Aunque insiste una y otra vez en su situación de privilegio y recuerda que ella no es la protagonista, también ha sufrido los efectos de estas políticas.

En una visita a Madrid días después de desembarcar tras su última misión en el Mediterráneo, elDiario.es entrevista a la socorrista. Además de hacer un recorrido por las distintas medidas migratorias aplicadas sobre la labor de estas misiones, Montes reflexiona sobre el impacto en la salud mental de los trabajadores humanitarios.

¿Por qué se va?

Me voy porque ahora estoy mejor y puedo tomar la decisión. Tuve muchos bajones, tuve muchos momentos muy duros ligados al trabajo en el Mediterráneo. Para mí, mis vacaciones del trabajo se habían convertido en el tiempo necesario que tenía para poder recuperarme y volver a ir a trabajar. Tenía vacaciones para quitar la capa más dolorosa y seguir. Hubo un momento que sentía que ya no era yo. Había perdido mi identidad. El año pasado tuve una caída muy gorda y me costó  muchísimo recuperarme. No veía salida pero, ahora, después de volver a trabajar, después de haber vuelto a ser la misma Ani de siempre, he podido equilibrar todo y decidir que, con todo lo que he aprendido, con todo lo que he sufrido, es el momento de parar un poquito. 

El año pasado se enfrentó a una depresión derivada del síndrome de estrés post traumático. ¿Identifica las situaciones que se lo provocaron?

Hay momentos muy agudos pero, al final, siempre hay una gota que colma el vaso.  Hay un momento muy puntual que recuerdo, cuando el vaso ya estaba hasta arriba. Primero, la acumulación de todos los rescates: al final son personas a las que muchas veces ni siquiera hay tiempo real para poder conocer mucho más allá, sobre todo por los desembarcos rápidos que había antes. Era rescatar, transportar y desembarcar. Es como un constante paseo de caras. Y al final, sin quererlo, ves que esas personas se convierten en números. Y es una cosa que yo odio. Y entonces se acumulan esas constantes miles de historias que no pude ni oír. Es algo que al final pesa. 

Cualquier operación de rescate, aunque salga bien, está mal. Es dolorosa. Y luego, evidentemente, las que salen mal son golpe tras golpe: cuando llegas tarde, cuando hay un naufragio, cuando sacas cuerpos… A todo esto, se suman momentos puntuales. En agosto de 2017 tuvimos que sacar 12 cadáveres a la vez. Da igual que hayas visto antes cadáveres, no se puede normalizar, es una aberración. Y ves todo esto y, de repente, en 2018, nos acusan de tráfico de personas tras una misión en la que [agentes libios] nos habían amenazado con disparos hacia el aire. O los 20 días en el barco, que no nos dejaron desembarcar en tierra con el Open Arms…

Ha sido testigo de muchas situaciones que evidencian los abusos sufridos por las personas migrantes en su intento de llegar a Europa. ¿Recuerda alguna que le impactó especialmente en sus más de siete años de labor? 

Me viene una mujer a la cabeza. Ocurrió en 2017, en el rescate de una lancha de goma abarrotada, de la que pudimos sacar 168 personas con vida. Y había 12 cadáveres en el fondo que habían muerto precisamente ahogados en la propia embarcación, porque se cayeron en el fondo y no se podían volver a levantar.

Estábamos pasando los cuerpos a un lado del barco, para intentar que la gente no lo viera. Había familiares, había niños cuyos padres habían muerto y había una chica que estaba desnuda. Yo fui para ayudarle a ponerse un chandal, pero ella se lo quitaba. Yo volvía a intentarlo, y se lo volvía a quitar. Le decía que solo quería ayudarla, pero ella no cruzaba la mirada. Era esa mirada perdida, esa mirada que parece que ni es mirada, que no existe. Cuando la toqué en un lateral, me di cuenta de que hizo un gesto brusco provocado por el dolor. Lo miré y tenía un mordisco. 

Yo, inocente de mí, pregunté si era un animal. Pero no, no era un animal…  Le pasó lo peor que te puedes imaginar para una mujer. Y fue justo en la playa, antes de embarcar. La tiraron desnuda al barco abarrotado. Y así viajó…  Cosas como estas, en ese momento no las procesas y las guardas porque tienes que seguir trabajando. De repente, explotas y empiezas a ver esta cara en tu cabeza. 

También me acuerdo de la primera vez que sentí shock en mi vida. Fue ese mismo día. Ocurrió al dar la vuelta a un cuerpo de una mujer para meterla en el saco mortuorio y ver que estaba embarazada de muchos meses. Me quedé congelada por un rato.



¿Qué siente cuando, después de ver todo lo que ha visto, ponen tantas trabas a la labor de las ONG de rescate en el mar o escucha discursos de odio sobre las personas migrantes? 

Al principio no puedo creer esto que está pasando, es una rabia terrible y, al final, acaba generando frustración. Lo que más me duele no es que haya figuras políticas que, a nivel institucional, pongan trabas, se intenten paralizar los barcos, incluso se difame. Lo que realmente a mí siempre me ha tocado mucho la fibra es la gente, la población civil que está en sus casas, pero que se deja manipular de esta forma tan burda. ¿Tienen ese odio o estáis canalizando el odio que tienen por otra razón? Yo siempre he dicho a mí me da igual que alguien piense así, pero llega un momento que, cuando es constante y cuando los insultos llegan a tal magnitud, acabas reventando. Por muy fuerte que sea, por muy fuerte que quiera creer que soy, soy una persona. Y no paré a tiempo.

¿Cuándo se trabaja en el ámbito humanitario, es difícil ponerse en el centro para cuidarse y, así, evitar caer?

Sí, por ejemplo, en los 20 días de bloqueo del Open Arms yo no era una víctima, yo decidí estar ahí, es un trabajo humanitario, pero al final también tiene un efecto.  No me puedo comparar, no me puedo poner al nivel de las personas que rescatamos: yo estaba allí porque quería, porque pude, porque coincidió y, realmente, las personas que importaban siempre han sido los rescatados.

Pero creo que, precisamente, en estos casos, la negación de mi sufrimiento, porque había personas que tenían más importancia, también me hizo después hundirme mucho más. Y al final sí es cierto: no somos ni podemos ser protagonistas pero la tripulación también sufrimos, sobre todo, porque no éramos capaces de hacer nada. 

Empezó en 2015, en Lesbos, durante la crisis de acogida de refugiados. ¿Cómo han ido evolucionando las trabas a vuestra labor desde entonces hasta ahora? 

Cuando yo empecé era más fácil. La organización, la coordinación, las ayudas… era todo más “bonito”. La situación era terrible, pero se creó una red internacional de solidaridad que me maravilló en su momento. Gente de todos los lados, de distintas experiencias, distintas intenciones. Para salvar vidas, había comunicación con las autoridades, con los guardacostas… Fue una burbuja preciosa que duró medio segundo. Poco después, en Lesbos, ya empezó a cambiar el trato a las personas migrantes como a la gente voluntaria, a las organizaciones. Empezaron los problemas con el Gobierno griego, la UE y el famoso acuerdo con Turquía. 

Cuando fuimos al Mediterráneo central, fue algo parecido al principio. Italia nos daba las coordenadas [de las barcas en riesgo], traspasábamos gente a barcos militares y ellos a nosotros. Recuerdo un caso muy bonito de un barco militar irlandés que, después de trasladarnos gente, nos dijeron que aún faltaba una cosa. Y nos empezaron a dar un montón de juguetes y peluches para los niños. Pero eso también se acabó. En 2017, otra vez pasó lo mismo. Primero llegaron las difamaciones a través de un bloguero y nos llamaba [a las ONG de rescate de migrantes] taxistas del mar. Luego nos dimos cuenta de que empezaba la maquinaria de la difamación, que fue el inicio de toda esta premeditada situación que tenemos ahora. Luego, vino Matteo Salvini, y las cosas se pusieron más serias. Las acusaciones legales, bloqueos de embarcaciones que ya suponían un impacto terrible. Pero, al mismo tiempo, hizo este efecto bumerán, porque entonces, de repente, en medio mundo se hablaba de esto. Pasaron a abrir casos de favorecimiento de migración ilegal contra nosotros, sin fundamento. Luego, se dieron cuenta de que no había mucho más recorrido porque, o se caían los casos o tenía el efecto contrario de dar todavía más apoyo a las ONG. Entonces, utilizaron los bloqueos administrativos, las inspecciones de puerto… 

Y, ahora, con el Gobierno ultraderechista de Meloni ¿cómo está afectando el decreto sobre el rescate de las ONG? 

Complica los rescates, pero de manera muy inteligente. Nosotros llevamos años pidiendo que se asigne puerto seguro lo más rápido posible. Entonces, sí, nos dan un puerto seguro, pero más alejado. ¿Qué pasa? Que el derecho marítimo también establece que tienes que llegar a puerto lo más rápido posible a una velocidad constante sin desviarte del puerto. Pero, lo que hace Italia ahora, es sacarte muy rápido de la zona de rescate y, si recibes la alerta de una barca en riesgo mientras estás subiendo a un puerto a desembarcar,  ya no puedes volver. Se salvan menos vidas. Y ese es el mayor problema. 



En 2018, durante la época de Salvini en el Ministerio del Interior, llegó a estar investigada por un presunto delito de “favorecer la inmigración ilegal” tras una operación de rescate en el Mediterráneo, que se archivó. Ahora, es Salvini quien está en el banquillo en un caso en el que usted ha sido llamada a declarar como testigo. ¿Cómo está viviendo ese procedimiento? 

Recuerdo la primera vez que entré a la audiencia preliminar y recuerdo la primera vez que entré y lo vi. Cruzamos la mirada y fue ‘guau’… Yo intenté aparentar una actitud seria y profesional, con mi americana -que nunca la llevo- pero por dentro estaba: “Sí, sí, sí”. Así que salí fortalecida, con esa sensación de triunfo, multiplicada cuando se acabó la audiencia preliminar, fue acusado y empezó el juicio.

No creo que pague como debería, viendo cómo funciona todo, pero el hecho de que le hayan quitado la inmunidad política y que esté sentado en el banquillo, en un proceso de estas características, es positivo para, todas las personas a las que ha estado durante años, intentando acusar y difamar. Aunque el proceso es largo, se le ve nervioso. Esto ya es un golpe a su figura política y a su propio ego.

Muchas veces se pone el foco en la extrema derecha. Pero usted ha trabajado con distintos Gobiernos en Italia y el objetivo de frenar los rescates se mantenía. ¿Qué diferencias encuentra? 

En el Mediterráneo, la diferencia más grande que he visto entre un gobierno de derecha o de más izquierda en Italia ha sido que, al final, los dos hacían lo mismo, pero no lo decían públicamente. Los de extrema derecha lo dicen todo gritando y de frente. Los de izquierda tienen discursos muy bonitos y muy populistas y luego, la verdad, han hecho lo mismo.

El trabajo en el mar se ha caracterizado por ser un sector muy masculinizado. ¿Ha sufrido discriminación como jefa de misión?

Ha cambiado, pero también yo cambié de organización. Ten en cuenta que históricamente las mujeres dábamos mala suerte en los barcos. No se podía subir al bote porque daban mala suerte. Partimos de una base histórica, de cientos de años atrás, en la que no había cabida. Y a mí me costó mucho. A mí me costó mucho que me respetaran, que se tuvieran en consideración las palabras y la experiencia que yo podía tener.

Yo tuve que demostrar diez veces más lo mismo que cualquiera que cualquier hombre. No quiero decir que todo el mundo actúe así y hay compañeros que se han dado cuenta y, después, me han pedido perdón. Ahora, en Médicos Sin Fronteras, al ser una organización grande internacional con muchos protocolos y formación, no se percibe.

¿Por qué no lo hizo antes? ¿Cree que se produce cierta adicción a este tipo de trabajo humanitario?

Por un lado, en el ámbito humanitario influye esa falsa necesidad de creerse necesitada. También la asignación del rol que, particularmente siempre he tenido de, “tú eres fuerte, tú puedes con todo”. Es difícil asumir que no puedes hacer mucho más. A mi me costó mucho. El hecho de decir es que tengo que estar, tengo que hacer más, cómo voy a descansar yo cuando la gente se está muriendo en el mar, qué egoísta que soy. Pero, al final, concluyes que el hecho de que tú te quites la vida que tú tienes no se la va a dar a otras personas. 



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